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El diciembre negro del fútbol en Turquía

Entre peleas y violencia, el fútbol turco ha parecido fuera de control en las últimas semanas.

Bruno Bottaro
27. diciembre 2023
12 min. de lectura
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Las últimas semanas de fútbol en Turquía han estado marcadas por un denominador común: una espiral constante de violencia y caos, dentro y fuera del terreno de juego, que parece descontrolarse. Desde luego, la relación entre fútbol y violencia no es nada nuevo en Turquía. Es más, no es la primera vez que asistimos a este tipo de espectáculos. Pero el círculo vicioso alcanzado a finales de 2023 tiene algunos elementos nuevos, y es sin duda el momento más difícil desde el regreso de los aficionados a las gradas desde el estallido de la pandemia.

Al menos en este aspecto concreto, Ankara, y no Estambul, fue por una vez la verdadera capital del país. En la noche del 11 de diciembre, Halil Umut Meler, uno de los árbitros más famosos y respetados de Turquía, se convirtió en el protagonista de la repetición del Ankaragücü-Rizespor, que ya se había encendido con el gol del empate de los visitantes en el minuto 90, obra de Adolfo Gaich. El gol, que llegó 40 minutos después de la dudosa expulsión de Ali Sowe, del Ankaragücü, fue el inicio de una serie de desafortunados acontecimientos sacados directamente de una novela de Lemony Snicket. Los hechos son bien conocidos, han penetrado en el ciclo informativo nacional y han llegado mucho más allá del Bósforo: el presidente del Ankaragücü, Faruk Koca, entró en el campo con el pitido final, corrió hacia el árbitro, le propinó un puñetazo en la mandíbula y luego intentó darle patadas y puñetazos, con la ayuda de dos directivos de su propio club.

Faruk Koca no es un hombre corriente en el fútbol turco. Amigo desde hace mucho tiempo del Presidente turco Recep Tayyip Erdoğan y miembro del partido gobernante AKP, se ha pasado la vida como aficionado al fútbol devolviendo al Ankaragücü, con diferencia el club más popular y solidario de la capital turca, Ankara, su antigua gloria, especialmente en la máxima categoría, que sufre la hegemonía de Estambul, y no sólo en el fútbol. Ser presidente del Ankaragücü (que literalmente significa "energía/fuerza de Ankara" en turco) es representar a una de las instituciones deportivas más poderosas de la capital, y a la larga, según muchos analistas turcos, el hecho de que Faruk Koca ocupara tal cargo pudo haberle dado una sensación de omnipotencia e impunidad.

En realidad, la reacción fue tal que Koca, a pesar de sus conexiones políticas, se encontró inmediatamente solo, condenado por todos, cuestionado por el Ankaragücü y despedido por el propio Recep Tayyip Erdoğan, quien entonces llamó personalmente al árbitro Halil Umut Meler, que pasó 10 días en el hospital recuperándose del ataque de Ankara, y los propios árbitros se unieron en torno a Meler y decidieron una huelga de una semana la misma noche del partido Ankaragücü-Rizespor. El paro de los árbitros puso en aprietos a la Asociación Turca de Fútbol, que se enfrentaba a un hipotético escenario de partidos perdidos y jugadores que no podían jugar por la ausencia de árbitros. Inevitablemente, se tomó la decisión de suspender el partido durante una semana, mientras que el PDFK (el equivalente turco a un juez deportivo) prohibió jugar al fútbol de por vida a Faruk Koca, que fue detenido a la mañana siguiente y está a la espera de un juicio civil.

Pero no sólo Koca fue el blanco de la prensa turca, también el presidente del país, Mehmet Büyükekşi, recién salido de la polémica candidatura a la Eurocopa 2032. Büyükekşi, que colaboró con Gravina y la FIGC para llevar por primera vez un gran torneo de fútbol a Turquía, trató de restar importancia al incidente de Ankara, pero quizás era inevitable que un episodio así llevara a una mayor reflexión.

Cuando se reanudó el campeonato, Turquía se dio cuenta de que la película de violencia y polémicas arbitrales aún no había visto los créditos finales. El 19 de diciembre, el Trabzonspor llegó a Estambul y se adelantó por 2-1 al Istanbulspor, un equipo pequeño en el panorama futbolístico local pero con una historia nada desdeñable. Una vez más, el gol provocó la ira del presidente del club local, Ecmel Faik Sarıalioğlu, quien, sólo con algo más de calma que Faruk Koca, retiró oficialmente a su equipo del partido en el minuto 77 por una decisión arbitral cuestionable. Con Halil Umut Meler aún recuperándose, el árbitro volvió a ser desautorizado.

Olvidémonos de Moviola y adoptemos una perspectiva más amplia. Es interesante porque demuestra que, a pesar de la condena procedente de los más altos palacios de Ankara, a pesar de la suspensión de la liga y de los titulares en todo el mundo, los problemas culturales del fútbol turco no pueden resolverse con una suspensión de un día. Por supuesto, en este caso no hubo violencia, y el asunto ya está zanjado, al menos oficialmente (al Istanbulspor, ya colista, se le restaron tres puntos además de su derrota por 3-0, y su presidente fue inhabilitado 90 días y multado con 780.000 euros), pero demuestra lo poco que hace falta para que el fútbol turco se descontrole. Por otra parte, nadie se habría sorprendido si lo mismo hubiera ocurrido menos de 24 horas después en el Timsah Arena de Bursa, el estadio famoso por su forma de cocodrilo.

El Bursaspor, la nobleza caída del fútbol turco (llegó a ganar un título en 2009-2010, una hazaña rara y difícil, como demuestra el cuadro de honor de la liga, dominado por los grandes históricos del país), se encuentra ahora en un estado de especial descrédito. Colista de la tercera división, acosado por las deudas, los impagos y una serie de decisiones de gestión poco previsoras, el club ha estado recientemente en los titulares nacionales más por sucesos polémicos que por lo que ha logrado en el terreno de juego. Los sucesos del 20 de diciembre no son una excepción, y encajan en una narrativa más amplia de penurias y dificultades, y quizá incluso en una base para el odio étnico.

Del informe se desprende claramente que el partido Bursaspor-Diyarbekirspor no fue un paseo. Seis tarjetas rojas, todas después del minuto 96, la mayoría de ellas una vez terminado el partido, e incluso un aficionado detenido inmediatamente después de un intento de invasión del campo. La imagen más llamativa fue la de Mustafa Genç, jugador del Bursaspor, que ni siquiera fue amonestado por una patada voladora, lo que demuestra lo descontrolada que se había vuelto la situación.

Por otra parte, la presencia masiva de la policía en la banda ya indicaba, antes del comienzo del partido, que éste era un encuentro para jugar con cautela. Las tensiones entre los seguidores del Bursaspor y los de los equipos del sureste del país, especialmente los de las zonas kurdas de Turquía, tienen una larga historia.

En 2016, se presentó en Bursa el Amed Sportif, a veces abreviado como Amedspor en la prensa extranjera, un equipo que, al igual que su rival Diyarbekirspor, es originario de la ciudad de Diyarbakır/Amed. En 2016, el Bursaspor era un club de la Süper Lig, la primera división nacional, y se encontró en la tanda de penaltis contra el Amed en la Türkiye Kupası, el equivalente turco de la Coppa Italia. Increíblemente, y contra todo pronóstico, el Bursaspor subestimó a su rival, que tomó por asalto el Timsah Arena con dos goles del "Pirata" Deniz Naki, ex jugador del St. Pauli, conocido entonces por su activismo político y su apoyo a la causa kurda. El Amed, el primer equipo de Turquía al que se le permitió cambiar su nombre por el nombre kurdo de la ciudad de Diyarbakır unos años antes, continuaría luego su andadura en la Copa, llegando incluso a permitirse el lujo de empatar el partido de ida de cuartos de final con el Fenerbahçe en un partido surrealista disputado a puerta cerrada bajo el rugido de los F16 en vuelo. Eran los días en los que el conflicto interno de Turquía con el separatista PKK, todavía etiquetado como organización terrorista por Estados Unidos y la Unión Europea, estaba en su punto álgido.

Los años transcurridos entre 2016 y 2022 no habrían visto al Amed y al Bursaspor seguir el mismo camino de no haber sido por el colapso deportivo de los Cocodrilos de Bursa, que descendieron a tercera división. La escoria de aquel lejano partido, acumulada a lo largo de seis años, ha estallado de golpe. Tras otro triunfo en casa en el sureste (esta vez por 2-0 en septiembre), el Amed se encontró con el Bursa en marzo siguiente. Los seguidores del Bursaspor llevaban meses preparándose para lo que describieron como un "infierno" en un estadio extrañamente lleno para la categoría, dedicado por entero al equipo que consideraban el brazo deportivo del PKK. La victoria final del Bursaspor por 2-1, disputada en un ambiente en el que era casi imposible respirar y con una tolerancia inusitada incluso por parte del árbitro ante el constante lanzamiento de objetos al terreno de juego (incluso se encontró un cuchillo), culminó en júbilo con saludos militares y un intento de linchamiento de jugadores y personal del Amed. Nueve personas fueron detenidas, entre ellas el guardia de seguridad del Bursaspor (que presuntamente agredió al equipo visitante en el vestuario), tres policías fueron suspendidos por negligencia y el estadio permaneció cerrado nueve días.

Entre marzo y hoy, sin embargo, no ha pasado suficiente agua bajo el puente. Y aunque el Diyarbekirspor está lejos de las venas políticas de su rival de ciudad, el Amed, el clima en Bursa se ha caldeado con facilidad. La trifulca al final del partido recordó a ese ambiente, con los locales claramente molestos por la imagen de un Diyarbakır que (una vez más) les había echado del Timsah Arena, esta vez con un 2-0 en contra. El júbilo por el segundo gol, unido a la provocación del grupo de seguidores locales del Teksas, provocó una reacción desproporcionada difícil de comentar.

Pocos días después, con el saque inicial programado para las 12.00 horas del día de Navidad, el Bursaspor viajó al sureste del país, concretamente a Van, una ciudad de encanto milenario, históricamente encrucijada de culturas, con influencias armenias, kurdas, incluso persas y, por supuesto, turcas. Más de 48 horas antes del saque inicial, ya se hablaba del partido. De hecho, el grupo del Teksas Ultra, recién salido de la humillación sufrida a manos del Diyarbekirspor, fue a visitar a un controvertido grupo de fuerzas especiales turcas destacadas en Van, ciudad que ha sido testigo de varios episodios de guerra de guerrillas entre el PKK y el gobierno de Ankara (atentados, coches bomba en particular, sobre todo en 2016). Otros dos atentados perpetrados por militantes prokurdos en los últimos días, uno en el sureste del país (Hakkari) y otro cerca de una base turca en el norte de Irak, brindaron la ocasión ideal para una nueva intervención gubernamental en el mundo del fútbol, con el Vanspor-Bursaspor disputado a puerta cerrada. Para que conste: El Vanspor se impuso por 3-0 al Bursaspor.

Hace poco menos de 10 años, Turquía introdujo el carné electrónico de hincha PassoLig, concebido para erradicar la violencia en los estadios mediante la identificación de los agresores a través de un sistema calcado del carné de hincha italiano. Es casi superfluo decir que puede no haber tenido el efecto deseado, y habría que reflexionar hasta qué punto toda esta situación se debe realmente sólo a la violencia de los aficionados, y no también a los efectos culturales producidos por los gestos de los presidentes y directivos de los clubes, que se encuentran regularmente violando las normas más elementales de respeto hacia los árbitros y las autoridades.

En este clima, se habló relativamente poco de lo que podría haber sido uno de los partidos clave del año, el Fenerbahçe-Galatasaray, que acabó eclipsado por una polémica que poco tenía que ver con el terreno de juego. La polémica estalló después del partido, cuando el Galatasaray publicó una foto de Icardi con un ojo morado, acusando implícitamente a su rival de habérselo causado con un gesto alejado de las cámaras.

Horas después, Edin Dzeko, ex capitán del Fenerbahçe, respondió en Instagram: "Golpeó el poste con la cabeza, luego lo subió a Instagram y ahora lloran por un posible penalti.... ¡Es igual que ellos! ¡Vergonzoso!"

Quizá la única buena noticia de este mes de diciembre, en el que este tipo de escaramuzas parecían ser el menor de los problemas, es que nunca ha faltado una condena clara, al menos por parte de las autoridades turcas, de cualquier gesto violento, ultranacionalista o exagerado. Pero la impresión es que esto no es suficiente y, sobre todo, que no es el final. No son buenas noticias para el país de Erdogan, que tendrá la enorme espada de Damocles colgando sobre su cabeza desde ahora hasta 2032.

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